Sin duda, uno de los principales frentes de batalla del conflicto ucraniano se libra en la campaña de las elecciones en EE.UU. Al menos hasta el próximo 5 de noviembre, cuando se celebren los comicios, Ucrania será el tema principal para los equipos de campaña de los partidos demócrata y republicano. Eso significa, inevitablemente, que los asesores electorales de ambos candidatos deberán hacer un esfuerzo ímprobo para descubrir la situación de Ucrania en el mapa, aunque al ritmo actual de la ofensiva rusa cada vez les costará más encontrarla.

Son los avances rusos, especialmente tras la nueva ofensiva iniciada sobre Járkov a finales de mayo, los que han hecho saltar todas las alarmas y han provocado una serie concatenada de decisiones a la desesperada por parte de EE.UU. y sus monaguillos. Porque Biden necesita mantener el optimismo sobre el conflicto y mantener vivo el espejismo de una posible derrota de Rusia.

Después del nuevo paquete de ayuda militar de 61.000 millones de dólares aprobado en abril por la Cámara de Representantes de EEUU., Biden ha autorizado a Ucrania a utilizar armas estadounidenses para atacar objetivos en el interior de Rusia. El decrépito presidente yanqui, aquel que prometía no interferir en el conflicto ni intensificarlo, ha dado un paso de gigante para escalar a una guerra total. La OTAN, eso sí, aseguró cínicamente que espera de Kiev «un uso responsable de la munición».

Pocos días más tarde, la administración estadounidense permitía la transferencia de armas al regimiento nacionalista ucraniano Azov, después de diez años de supuesta prohibición por su ideología nazi. El Departamento de Estado asegura que no tienen pruebas de que Azov haya violado los derechos humanos.

Ahora el G-7, la banda de los presidentes de la guerra, bajo mínimos de popularidad en sus respectivos países y absolutamente carentes de legitimidad para tomar decisiones que comprometen la paz en Europa, acordó entregarle a Ucrania los intereses generados por los activos financieros rusos congelados como sanción.

Por si fuese poco, se ha celebrado la supuesta «cumbre de paz» en Suiza, que en realidad era una pantomima más para que el actor que no cambia de sudadera tenga un poco más de protagonismo, visualizando durante unos días un conflicto que había quedado solapado en los últimos meses por el genocidio israelí contra la población palestina.

Y todo eso solo en la primera quincena de junio, cuando faltan poco más de cuatro meses para las votaciones. De manera que Biden se pasa por el forro todos los límites que había trazado con respecto a la participación de EE.UU. en el conflicto, a medida que la situación en el campo de batalla hace trizas su propaganda. Incluyendo su supuesta defensa de la democracia cuando, a mayores, apoya a un presidente ilegítimo que ha expirado su mandato el pasado 20 de mayo y no convoca elecciones presidenciales, contradiciendo la Constitución ucraniana. Aunque bien pensado, ¿para qué va a convocarlas si mantiene ilegalizados doce partidos? Sobre Zelensky y los suyos, Putin ha vaticinado que «los propietarios extranjeros de Ucrania se desharán de la élite actual de Kiev y la sustituirán por una nueva, también sujeta a ellos mismos».

Por otro lado, Donald Trump no deja de prometer que cesará la financiación a Ucrania y ha tachado a Zelensky de vendedor ambulante que continuamente está consiguiendo millones de dólares y pidiendo más. Por supuesto, todos los presidentes yanquis dicen una cosa y hacen la contraria, que siempre coincide con lo que ordenan los lobbys de armamento y el Pentágono. Cuando Biden asumió el cargo habló de estabilizar las relaciones con Rusia y trasladó el mismo mensaje a través del títere Zelensky, que en su discurso de investidura pronunció algunas palabras en ruso y prometió poner fin a la guerra del Dombás. Mientras la maquinaria electoral se desenvuelve, los ucranianos siguen muriendo masivamente en el frente y, en base a la nueva ley de movilización, son secuestrados a plena luz del día para ser lanzados «voluntariamente» al frente como carne de cañón de Washington. Son simples dípticos de usar y tirar en la campaña yanqui.

De manera que The Economist ya ha anunciado que el momento probable para el inicio de las negociaciones entre Rusia y Ucrania llegará a finales de 2024, es decir, exactamente después de conocer el resultado de las elecciones estadounidenses. Aunque tampoco hay que tener una licenciatura en Harvard para sacar esa conclusión.

Y digo yo… ¿aquí no haría falta una Revolución?

Y luego, ¿por qué me lo preguntas?

Fuente: https://mundoobrero.es/2024/07/22/ucrania-y-las-elecciones-yanquis/