Nuland tiene una deuda pendiente con el mundo por ser una de las responsables de cientos de miles de muertes, como promotora de conflictos en medio planeta durante los treinta años que trabajó para la Casa Blanca, destacando las guerras de Afganistán, Iraq, Libia, Siria y Ucrania. Fueembajadora de Estados Unidos ante la OTAN (2005-2008), subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos y Euroasiáticos (2013-2017), y ahora aspira a ampliar su siniestro currículum desde la NED, la fundación que tomó el relevo de la CIA en tiempos de Ronald Reagan para desestabilizar con mayor disimulo, y a golpe de sobornos, a aquellos gobiernos díscolos con las políticas de Washington. De su junta directiva han formado parte nefastos personajes como Henry Kissinger, Zbigniew Brzezinski, Francis Fukuyama o el actual director de la CIA, William Burns.

El marido de Nuland, Robert Kagan, otro de los halcones del imperialismo yanqui, fue asesor del expresidente George W. Bush. Una de sus teorías sostiene que el mundo occidental se divide en dos sectores: por una parte el occidente débil representado por Europa, demasiado apegado al ideal de la paz perpetua kantiana; y por otra, el occidente fuerte, encarnado por unos Estados Unidos que juega el papel del soberano en medio del hobbesiano estado de naturaleza que aqueja al planeta. Desde hace años, Kagan advierte (agárrense que hay curva) sobre la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial ante el excesivo expansionismo territorial y el creciente militarismo de Rusia y China.

La especialidad de Victoria Nuland es la injerencia en Rusia y los países que la rodean. No en vano, comenzó su carrera en el Departamento de Estado coincidiendo con la estancia en el Kremlin de Boris Yeltsin, aquel títere de la CIA que cobraba en botellas de vodka. Nuland ya era defensora a ultranza de la ampliación de la OTAN al este para reforzar la hegemonía estadounidense. Pero su mayor hazaña ha sido la desestabilización de Ucrania, con su papel protagonista en el golpe de Estado orquestado en 2014 contra el gobierno del presidente Viktor Yanukovich tras la suspensión de la firma del Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la Unión Europea. Para la historia quedará la imagen de Nuland repartiendo galletas entre los participantes en las violentas protestas de la plaza Maidán de Kiev, acompañada del embajador yanqui Geoffrey Pyatt. Ambos conspiraron, igualmente, para elegir a los líderes que dirigirían el país tras el golpe. Siguiendo su estrategia expansionista, EE.UU. instaló bases a lo largo de las fronteras del país con Rusia, apoyando y armando también a los nazis y ultranacionalistas que entregaron la economía ucraniana a las corporaciones extranjeras e impusieron la agenda neoliberal. De aquellos polvos, estas bombas.

Ahora vuelve a la Junta Directiva de la Fundación Nacional para la Democracia (NED) que tomó el relevo de la CIA en tiempos de Reagan para desestabilizar con mayor disimulo y a golpe de sobornos

En 2020, Nuland y la NED tuvieron un papel fundamental en la desestabilización de Bielorrusia. Ahora le toca a Georgia, donde han promovido las protestas contra la Ley de Agentes Extranjeros aprobada en junio, que obliga a registrar como agente de influencia extranjera a toda organización que reciba más de un 20% de su financiación desde el extranjero. Un texto legislativo que es una minucia comparado con la normas antirrusas aprobadas por la UE desde 2022.

Por cierto. Nuland compartirá junta directiva en la NED con la periodista e historiadora Anne Applebaum, quien el pasado 14 de octubre se reunió con Pedro Sánchez en Moncloa para (según la nota oficial) abordar «la lucha contra la desinformación» y «cómo fortalecer las democracias». Nuland y Applebaum son de la CIA, comparten su fanatismo anticomunista y, según sus esquemas, tú y yo somos agentes de Moscú. Puede que no les falte razón.

— Y digo yo… ¿aquí no haría falta una Revolución?

— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?